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Introducción, Parte VI, "Brit Shalom" por el Rabino Uri Cherki

 ¿Quién es el pueblo de Israel para el mundo?

¿Qué aportamos que no exista ya en el sistema de valores de las grandes civilizaciones?

La respuesta es: nosotros añadimos el conducto. Existe un conducto de la revelación del Creador del mundo a la humanidad. Este conducto pasa a través de nosotros y somos responsables de nutrirlo.

Por lo tanto, el pueblo de Israel es reconocido dentro de la humanidad como el conducto para la revelación de la voluntad de Dios, los portadores de la profecía. Por esta razón, el pueblo judío es conocido por su papel especial como "luz para las naciones".

La centralidad del pueblo de Israel como transmisor del mensaje de Dios puede compararse con el corazón entre los órganos del cuerpo humano. De hecho, como lo expresó el Rabino Yehuda HaLevi, Israel es entre las naciones, como el corazón entre los órganos.

No poseemos un sentido de superioridad arrogante, sino que más bien tenemos la responsabilidad de reparar el mundo. A diferencia de otras tradiciones que reivindican un papel universal, pero convierten a sus adeptos en imperialistas, imponiendo su identidad a los demás, el judaísmo no busca anular la riqueza cultural de los pueblos. Al contrario, se contenta con el papel de irradiar en lugar de dominar.

Por eso, los profetas hablaron de un estado ideal en el que, en el futuro, las naciones del mundo recibirán del pueblo de Israel una guía diversa, adecuada a cada nación, grupo humano o individuo, según su identidad única.

Como dice el profeta: "Vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor" (Isaías 2:3).

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Por lo tanto, los noájidas no deberían verse agobiados por declaraciones como: “este robo está prohibido” o “según la ley judía, esto es robo”. En cambio, existe un razonamiento humano y una legislación que no tiene por qué coincidir con la ley judía. Esta segunda opinión es, de hecho, la principal. Y la halajá es según esta última opinión.

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