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Introducción, Parte IV, "Brit Shalom" por el Rabino Oury Cherki

Hola, como ya comentamos la última vez, en relación con la gran cuestión de quién está en el centro: el hombre o Dios, el mundo occidental en general ha situado al hombre en el centro del mundo. Sin embargo, el mundo islámico no ha interiorizado este punto; por el contrario, para ellos las cosas se mueven en la dirección opuesta. El mundo islámico, en cambio, no comparte estos supuestos básicos. Mantiene la posición tradicional de que Dios es el centro absoluto de todo, y el hombre se queda en una posición periférica de sumisión a la divinidad.

Como resultado, el progreso que caracteriza a Occidente es percibido por éste (el mundo islámico) como sospechoso. Sí, Occidente habla de progreso, pero a los ojos del Islam es sospechoso, y la permisividad que lo acompaña sirve como prueba de su rechazo. ¿Qué diría el mundo islámico? La permisividad en el mundo occidental es una prueba de que su posición es errónea. El régimen democrático también es visto como una amenaza a la integridad religiosa.

En un conflicto así, no parece a primera vista que se pueda alcanzar la reconciliación y el entendimiento. Es decir, ¿cómo puede alguien que pone a Dios en el centro y alguien que pone al hombre en el centro conectarse? Aun así, estas dos civilizaciones pueden unirse hacia la reconciliación sólo si escuchan atentamente el mensaje único del judaísmo. Aquí el judaísmo ofrece una solución. ¿Qué pone en el centro: a Dios o al hombre? Según la tradición judía, ni Dios ni el hombre están en el centro, sino más bien el diálogo entre ellos, con la participación del hombre en la realización del acto de la creación.

Por lo tanto, el objetivo es el diálogo mismo. Este enfoque elimina el aguijón de la contradicción que hemos descrito hasta ahora. Hasta ahora, ha habido simpatía entre el Creador y Su creación. Esta simpatía existe tanto en la vida del individuo como en la vida de la comunidad. La asociación entre el Creador y el hombre está ocurriendo en nuestro tiempo, de forma  práctica a través del proceso del retorno a Sión y la restauración de la presencia Divina entre Su pueblo, en el Estado de Israel.

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No poseemos un sentido de superioridad arrogante, sino que más bien tenemos la responsabilidad de reparar el mundo. A diferencia de otras tradiciones que reivindican un papel universal, pero convierten a sus adeptos en imperialistas, imponiendo su identidad a los demás, el judaísmo no busca anular la riqueza cultural de los pueblos. Al contrario, se contenta con el papel de irradiar en lugar de dominar.

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La realización práctica de esta unidad es evidente tanto en las guerras del Estado de Israel (pese a todas las acusaciones en su contra) como en el tejido político y social. En un país caracterizado por el trato justo a una minoría hostil dentro de él, hemos logrado unir la misericordia con la justicia.

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Según la tradición judía, ni Dios ni el hombre están en el centro, sino más bien el diálogo entre ellos, con la participación del hombre en la realización del acto de la creación.

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